Cita 1
Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová. Salmos 104.34.
Descanse plenamente en los brazos de Jesús. Contemple su gran amor, y mientras medite en su abnegación, su sacrificio infinito hecho en nuestro favor para que creyésemos en él, su corazón se llenará de gozo santo, paz serena y amor indescriptible.
Mientras hablemos de Jesús y lo busquemos en oración, se fortalecerá nuestra confianza de que él es nuestro Salvador personal y amante, y su carácter aparecerá más y más hermoso… Debemos gozarnos con ricos festines de amor, y mientras más plenamente creamos que somos suyos por adopción, tendremos un goce anticipado del cielo. Esperemos con fe en el Señor. El impulsa al alma a la oración, y nos imparte el sentimiento de su precioso amor. Nos sentimos cerca de él, y podemos mantener una dulce comunión a su lado. Obtenemos un panorama claro de su ternura y compasión, y nuestro corazón se abre y enternece al considerar el amor que se nos concede. Sentimos en verdad morar a Cristo en el alma… Nuestra paz es como un río, ola tras ola de gloria ruedan hacia el interior del corazón, y verdaderamente cenamos con Jesús y él con nosotros. Sentimos que comprendemos el amor de Dios, y descansamos en su amor. Ningún lenguaje puede describirlo; está más allá del entendimiento. Somos uno con Jesús; nuestra vida se esconde con Cristo en Dios. Tenemos la seguridad de que cuando él, que es nuestra vida, aparezca, entonces también apareceremos con él en gloria.
Con toda confianza podemos decir que Dios es nuestro Padre. Ya sea que vivamos o muramos, pertenecemos al Señor. Su Espíritu nos hace semejantes a Cristo Jesús en temperamento y disposición, y representamos a Cristo ante los demás. Cuando él mora en el alma, no es posible ocultar este hecho, porque es como una fuente de aguas que mana vida eterna. No podemos dejar de representar la semejanza de Jesús en nuestro carácter, y nuestras obras, nuestro comportamiento, producen en otros un amor profundo y permanente hacia Jesús, y manifestamos… que somos conformados a la imagen de Jesucristo. (Dios nos Cuida – 28 de Enero).
Cita 2
El cristianismo se ha de revelar en el más tierno afecto mutuo […]. Cristo ha de recibir supremo amor de parte de los seres que ha creado. Y requiere que el hombre fomente una consideración sagrada por sus prójimos. Cada alma salvada lo será por el amor que comienza con Dios. La verdadera conversión es un cambio del egoísmo al amor santificado para Dios y al amor mutuo entre los hombres.—Mensajes Selectos 1:134-135 (1901).
Cita 3
Los atributos que Dios más aprecia son la caridad y la pureza, y debieran ser estimados por todo cristiano.—Testomonies for the Church 5:85 (1882).
Cita 4
El argumento más poderoso en favor del Evangelio es un cristiano amante y amable.—El Ministerio de Curación, 373 (1905).
Cita 5
Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. Mateo 6:34.
El fiel cumplimiento de los deberes de hoy será la mejor preparación para las tribulaciones del mañana. No debemos añadir a las cargas de hoy los cuidados y perplejidades del mañana. Basta al día su afán. Dios nos da fortaleza para cada día.—Carta 141, del 30 de enero de 1896, dirigida a Edson y Emma White.
Cita 6
El alma que ama a Dios, se levanta por encima de la neblina de la duda; obtiene una experiencia brillante, amplia, profunda y viviente y se vuelve humilde y semejante a Cristo… Esa alma podrá soportar la prueba del descuido, del maltrato y el desprecio, porque su Salvador ha sufrido todo esto. No se enojará ni desanimará cuando las dificultades la opriman, porque Jesús no fracasó ni se desanimó. Cada verdadero cristiano será fuerte, no en la fortaleza ni méritos de sus buenas obras, sino en la justicia de Cristo que por fe le es imputada.—The Review and Herald, 3 de diciembre de 1889.
Cita 7
Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? Mateo 6:30.
Cristo enseñó a sus discípulos que la medida de la atención divina concedida a cualquiera de las obras de Dios es proporcional a la posición que ese objeto ocupa en la escala de la creación. El pequeño gorrión, aparentemente el más insignificante de los pájaros, es observado por la Providencia. Ni uno cae al suelo sin que nuestro Padre celestial lo note.
Las flores del campo, la hierba que viste la tierra con su verdor, todo comparte la atención y el cuidado de nuestro Padre celestial. “Mirad las aves del cielo”, dijo Cristo, “que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos”. Mateo 6:26-29. Si los lirios del campo son objetos a los cuales el gran Artista Maestro ha dispensado cuidado, haciéndolos tan hermosos que sobrepujan la gloria de Salomón, el mayor rey que alguna vez haya empuñado el cetro; si hizo de la hierba del campo una exquisita alfombra para la tierra,¿podemos imaginar la atención que Dios otorga al hombre, que fue hecho a su imagen?
—Carta 4, del 1 de julio de 1896, dirigida “A los hombres que ocupan puestos de responsabilidad”. (Alza tus Ojos – 6 de Julio).
El que no duerme, sino que obra incesantemente por el cumplimiento de sus propósitos, hará progresar su causa. Estorbará los planes de los impíos y confundirá los proyectos de quienes intenten perjudicar a su pueblo. El que es el Rey, Jehová de los ejércitos, está sentado entre los querubines, y en medio de la guerra y el tumulto de las naciones guarda aún a sus hijos. El que gobierna en los cielos es nuestro Salvador. Mide cada aflicción, vigila el fuego del horno que debe probar a cada alma. Cuando las fortificaciones de los reyes caigan derribadas, cuando las flechas de la ira atraviesen los corazones de sus enemigos, su pueblo permanecerá seguro en sus manos (El Discurso Maestro de Jesucristo, p. 102).
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