Caricias y demostraciones de amor entre casados

Cita 1

Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él. Génesis 2:18.

He leído a menudo estas palabras: “El matrimonio es una lotería”. Algunos actúan como si creyeran en esa afirmación, y su vida de casados testifica que así les ocurrió. Pero el verdadero matrimonio no es una lotería. El matrimonio fue instituido en el Edén. Después de la creación de Adán el Señor dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”.

Cuando el Señor trajo a Eva delante de Adán los ángeles de Dios fueron testigos de la ceremonia. Pero hay pocas parejas que están completamente unidas cuando se realiza la ceremonia matrimonial. Las fórmulas que se pronuncian sobre los dos que pronuncian los votos matrimoniales no hacen de ellos una unidad. La fusión de los dos en matrimonio ha de hacerse en su vida futura. Puede ser una unión realmente feliz si cada uno da al otro verdadero afecto del corazón.

Pero el tiempo quita al casamiento el romance con el cual la imaginación lo había vestido, y entran en la mente pensamientos sugeridos por Satanás. “No nos amamos el uno al otro como habíamos creído”. Quitad eso de la mente. No os detengáis sobre eso. Que cada uno, olvidándose de sí mismo, se niegue a sustentar las ideas que Satanás estaría contento que acariciara. Trabajará para haceros suspicaces, celosos de cualquier pequeñez que proporcione la más mínima ocasión para estorbar vuestros afectos mutuos…

Cuando haya pasado el romance piense cada uno, no de manera sentimental, cómo podrá él o ella hacer de la vida de casados lo que a Dios le agradaría que fuese. La vida es un don precioso de Dios y no debe desperdiciarse en quejas egoístas o en una más abierta indiferencia y desamor. Que el esposo y la esposa traten juntos todas las cosas. Renuévense el uno al otro las primeras atenciones, reconozcan sus faltas el uno al otro.—

Carta 76, 1894. (En los Lugares Celestiales – 15 de Julio).


Cita 2

El marido cumpla con la mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con el marido. 1 Corintios 7:3..

Maridos y mujeres deberían considerar su privilegio y su deber el reservar para su intimidad el intercambio de muestras de amor entre ellos. Porque mientras la manifestación de amor del uno para el otro es correcta en su lugar, puede hacer daño tanto a los casados como a los que no lo son.

Hay personas de una mente y un carácter completamente diferente, con diferente educación y preparación, que se aman el uno al otro tan devota y sanamente como los que se han educado a manifestar libremente su afectividad; y existe el peligro que, por contraste, esas personas que son más reservadas sean juzgadas mal y colocadas en desventaja.

Mientras que la mujer debería buscar el apoyo de su esposo con respeto y deferencia, puede, en forma sana y correcta, manifestar su gran afecto y confianza en el hombre que ha elegido como compañero de la vida… Es el elevado privilegio y el solemne deber de los cristianos procurarse la felicidad mutua en su vida de casados; pero hay un peligro positivo en hacer que el yo quiera absorberlo todo, derramando toda la riqueza del afecto el uno sobre el otro, y en estar demasiado satisfechos con una vida tal. Todo esto tiene sabor a egoísmo.

En vez de limitar su amor y simpatía a ellos mismos, deberían buscar toda oportunidad de contribuir al bien de otros, distribuyendo la abundancia de afecto en un amor casto y santificado, por las almas que a la vista de Dios son tan preciosas como ellos mismos, habiendo sido compradas por el infinito sacrificio de su Hijo unigénito.

Palabras bondadosas, miradas de simpatía, expresiones de aprecio serían para muchos que luchan y están solos como un vaso de agua fría a un alma sedienta… Cada palabra o acto de abnegada bondad hacia almas con las cuales entramos en contacto es una expresión del amor que Jesús manifestó por toda la familia humana.

—Carta 76, 1894. (En los Lugares Celestiales – 19 de Julio).


Cita 3

Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Someteos unos a otros en el temor de Dios. Efesios 5:20, 21.

Cuántos problemas, sufrimientos e infelicidad se economizarían los seres humanos, si continuaran cultivando la consideración y la atención, si siguieran pronunciando las palabras amables y de aprecio, y si siguieran prodigándose esas insignificantes manifestaciones de cortesía que mantienen vivo el amor, y que creían eran necesarias para conquistar a su compañero o compañera. Si el esposo y la esposa continuaran cultivando esas atenciones que nutren el amor, serían mutuamente felices, y ejercerían una influencia santificadora sobre sus familias. Dispondrían de un pequeño mundo de felicidad, y no alentarían el deseo de salir de ese mundo para encontrar nuevas atracciones ni nuevos objetos que amar…

Si en el seno de nuestras familias conserváramos tierno el corazón; si se manifestara una noble y generosa deferencia por los gustos y las opiniones de cada cual; si la esposa buscara oportunidades de expresar su amor por su esposo mediante actos corteses; y el marido manifestara la misma amable consideración hacia su esposa, los hijos participarían del mismo espíritu. Esta influencia impregnaría todo el hogar, y ¡cuánta miseria evitarían las familias! Los hombres no andarían recorriendo hogares para encontrar felicidad, y las mujeres no desfallecerían por falta de amor, ni perderían el ánimo ni la dignidad para convertirse en inválidas de por vida.

Se nos ha concedido sólo una existencia, y mediante cuidados, trabajo y dominio propio se la puede hacer soportable, placentera y hasta feliz. Cada pareja que une los intereses de su vida debiera hacer tan feliz como sea posible la vida del otro. Tratemos de preservar y aumentar el valor de lo que apreciamos, siempre que sea posible.

Cuando un hombre y una mujer se casan celebran un contrato y hacen una inversión para toda la vida, y debieran hacer todo lo posible para dominar sus palabras de impaciencia y queja, con más cuidado aún que antes de casarse, porque ahora sus destinos están unidos de por vida, y a cada cual se lo valorará en exacta proporción con la cantidad de trabajo y esfuerzo invertidos para conservar y mantener fresco ese amor que tan anhelosamente buscaron, y que tanto apreciaron antes de casarse.

—Carta 27, del 22 de noviembre de 1872, dirigida al Hno. Burton, uno de los primeros miembros de iglesia de San Francisco, California. (Cada Día con Dios – 22 de Noviembre).


*Las citas de este libro se actualizan constantemente

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