Oración por los Enfermos

Cita 1

Me fué mostrado que en caso de enfermedad, cuando está expedito el camino para ofrecer oración por el enfermo, el caso debe ser confiado al Señor con fe serena, y no con tempestuosa excitación. Sólo él conoce la vida pasada de la persona, y sabe cuál será su futuro. El que conoce todos los corazones, sabe si la persona, en caso de sanarse, glorificaría su nombre o lo deshonraría por su apostasía. Todo lo que se nos pide que hagamos es que roguemos a Dios que sane al enfermo si esto está de acuerdo con su voluntad, creyendo que él oye las razones que presentamos y las oraciones fervientes que elevamos. Si el Señor ve que ello habrá de honrarlo, contestará nuestras oraciones. Pero no es correcto insistir en el restablecimiento sin someternos a su voluntad. 1JT 211.2

Todo lo que puede hacerse al orar por los enfermos es importunar fervientemente a Dios en su favor, y entregar en sus manos el asunto con perfecta confianza. Si miramos a la iniquidad y la conservamos en nuestro corazón, el Señor no nos oirá. El puede hacer lo que quiere con los suyos. El se glorificará por medio de aquellos que le sigan tan completamente que se sepa que es su Señor, que sus obras se realizan en Dios. Cristo dice: “Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.” Juan 12:26. Cuando acudimos a él, debemos orar porque nos permita comprender y realizar su propósito, y que nuestros deseos e intereses se pierdan en los suyos. Debemos reconocer que aceptamos su voluntad, y no orar para que él nos conceda lo que pedimos. Es mejor para nosotros que Dios no conteste siempre nuestras oraciones en el tiempo y la manera que nosotros deseamos. El hará para nosotros algo superior al cumplimiento de todos nuestros deseos; porque nuestra sabiduría es insensatez. 1JT 212.2

Nos hemos unido en ferviente oración en derredor del lecho de hombres, mujeres y niños enfermos, y hemos sentido que nos fueron devueltos de entre los muertos en respuesta a nuestras fervorosas oraciones. En esas oraciones nos parecía que debíamos ser positivos, y que, si ejercíamos fe, no podíamos pedir otra cosa que la vida. No nos atrevíamos a decir: “Si esto ha de glorificar a Dios,” temiendo que sería admitir una sombra de duda. Hemos observado ansiosamente a los que nos fueron devueltos, por así decirlo, de entre los muertos. Hemos visto a algunos de éstos, especialmente jóvenes, que recobraron la salud: se olvidaron luego de Dios, se entregaron a una vida disoluta, ocasionaron así pesar y angustia a sus padres y a sus amigos, y avergonzaron a aquellos que temían orar. No vivieron para honrar y glorificar a Dios, sino para maldecirlo con sus vidas viciosas. 1JT 213.1 Ya no trazamos un camino, ni procuramos hacer que el Señor cumpla nuestros deseos. Si la vida de los enfermos puede glorificarlo, oramos que vivan, pero no que se haga como nosotros queremos, sino como él quiere. Nuestra fe puede ser muy firme e implícita si rendimos nuestro deseo al Dios omnisapiente, y, sin ansiedad febril, con perfecta confianza, se lo consagramos todo a él. Tenemos la promesa. Sabemos que él nos oye si pedimos de acuerdo con su voluntad. Nuestras peticiones no deben cobrar forma de órdenes, sino de una intercesión para que él haga las cosas que deseamos que haga. 1JT 213.2

Cuando la iglesia esté unida, tendrá fuerza y poder; pero cuando parte de sus miembros están unidos al mundo, y muchos están entregados a la avaricia, que Dios aborrece, poco puede hacer el Señor por ella. La incredulidad y el pecado nos apartan de Dios. Somos tan débiles que no podemos soportar mucha prosperidad espiritual; corremos el riesgo de atribuirnos la gloria y de considerar que nuestra bondad y justicia son los motivos de la señalada bendición de Dios, cuando todo se debe a la gran misericordia y al amor de nuestro compasivo Padre celestial, y no a cosa buena alguna que haya en nosotros. 1JT 213.3

Vi que la razón por la cual Dios no oye más plenamente las oraciones de sus siervos en favor de los enfermos que hay entre nosotros, es que no se le glorifica al hacerlo, mientras se violan las leyes de la salud. También vi que él quería que la reforma pro salud y el Instituto de la Salud preparasen el camino para que las oraciones de fe fuesen contestadas plenamente. La fe y las buenas obras deben ir juntas para aliviar a los afligidos que hay entre nosotros, y ponerlos en condición de glorificar a Dios aquí, y ser salvos cuando venga Cristo. 1JT 214.1


Cita 2

¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados. Santiago 5:14, 15.

Al orar por los enfermos, no es señal de incredulidad decir: “Si es para tu gloria, haz esto por nosotros, y te alabaremos y magnificaremos tu santo nombre”… Como no hay poder sanador en ningún ser humano, debemos confiar en Dios, quien nos ama y se dio a sí mismo por nosotros. Sea que vivamos o muramos, somos del Señor. Tienen un Redentor piadoso, amoroso y compasivo que los ama, que los bendice. El no los dejará ni los abandonará. El que conoce la historia presente y futura, hará lo que sea para nuestro mayor bien y para gloria de su nombre… Jesús los ama y bendice.

Su promesa es segura. Manténganse firmes; tengan buen ánimo en el Señor. El es nuestro ayudador; es nuestro Redentor… Cristo es el Restaurador. Satanás es el destructor. Todo lo que los mortales pueden hacer es seguir implícitamente la Palabra del Señor. Esa es la parte que les toca desempeñar. ¿Fallará el Señor en cumplir su parte? Presenten las peticiones ante el trono de la gracia, y luego esperen confiada y esperanzadamente… En todas mis peticiones digo: “Oh, Señor, no se haga nuestra voluntad, sino la tuya”. El sabe que no es una oración dubitativa, sino de perfecta confianza. El Señor conoce qué es lo mejor… Nuestra tarea consiste en orar, creer y esperar pacientemente porque El es nuestro Salvador. Mi ruego es: “Oh, Dios, Dios viviente, manifiéstate. Haz conocer tu poder a tu pueblo, de tal manera que esta enfermedad pueda resultar para nuestro bien y para gloria de tu nombre”. No hay una sola hebra de incredulidad en esta oración, sino una perfecta sumisión a la voluntad de Dios, quien es poderoso para salvar hasta lo sumo a todos los que creen en El. No importa cuán objetables sean las circunstancias que rodean el caso, no nos preocupemos de las apariencias. Dios desea que confiemos implícitamente en El, y si es para nuestro bien y para la gloria de su nombre realizar lo que le pedimos, lo hará. Debemos esperar. El poder del Señor es ilimitado.

Nosotros, pobres mortales, necesitamos purificar nuestras almas, a fin de que cuando el Señor obre no sea para nuestra ruina. Esta es la razón por la cual tan pocos enfermos sanan. Si fueran sanados, se enaltecerían en su estima propia. Debemos aprender de Jesús a ser mansos y humildes de corazón, y hallaremos descanso para nuestras almas. Nunca, ni por un momento, cuestionen que Dios los ama. El los ama y les da evidencias de su amor. Agradezcan a su Padre celestial por el Salvador compasivo que puede salvar hasta lo sumo, alma y cuerpo.

—Carta 127, del 27 de diciembre de 1898, dirigida a los esposos Wilson. (Alza tus Ojos – 27 de Diciembre).


 

*Las citas de este libro se actualizan constantemente

 

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